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La barque fait naufrage
par Jean Kinzler 2018-07-28 18:16:19
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El Hundimiento

Por Carlos Esteban | 26 julio, 2018
Non praevalebunt. Las fuerzas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia. Esa es la promesa de Cristo a la que podemos agarrarnos confiadamente los católicos. Y es el mejor momento para recordarlo y para confiar porque, humanamente, el gobierno de la Iglesia parece más que nunca el bunker de Berlín en la película El Hundimiento.

El panorama es desolador. Los escándalos gemelos de Chile y Estados Unidos no son meramente terribles por el número de años en los que los pastores han estado encubriendo y, por tanto, condonando el abuso continuado y ciertamente escandaloso de varones jóvenes -llamarlo ‘pedofilia’ es simplemente eludir la cuestión- y revelando que tales conductas, lejos de ser insólitas excepciones, se mantenían en un entorno de relativa ‘normalidad’; no, lo especialmente ominoso para los católicos de todo el mundo hoy es la reacción de los obispos ‘buenos’, de los cardenales, del Papa.

En la deliciosa comedia de Billy Wilder ‘1,2,3’, un ejecutivo americano, gerente de la Coca-Cola en Berlín en los años sesenta, tiene como asistente a un tipo que taconea al saludar y estira el brazo a la menor provocación, pero que pretende no haber sabido lo que sucedía en Alemania durante la guerra porque trabajaba en el metro. Se burla Wilder aquí de un pueblo que pretendía, colectivamente, disociarse de los crímenes del nazismo, como si hubieran podido llevarse a cabo en un absoluto secreto, un absurdo. Y ahora quieren vendernos la misma burra ciega.


Miren, les propongo una regla sencillísima: si ante un escándalo masivo, que implica a centenares de vícimas a lo largo de varias décadas dentro de una organización, todos los responsables de esa misma organización aseguran que no sabían nada y que no han visto nada, esa organización está podrida de raíz.

El mal no está, pues, en esas ‘manzanas podridas’; nadie está libre de pecado, ni de los peores, y no hay en este mundo pecador una institución sin mancha. El verdadero mal en este caso está, si entienden lo que quiero decir, en la reacción de los ‘buenos’.

Está en las ‘medidas’ propuestas por el Cardenal O’Malley que glosábamos en un texto anterior. El responsable del organismo vaticano fundado precisamente para clarificar estos casos habla como si el problema tuviera un solución burocrática, cuestión de reforzar unas normas aquí y afilar unas directrices allá, para acabar con este embarazoso asunto. Eminencia, con todo el respeto: los obispos americanos, sus colegas, sabían; Roma sabía; sus ayudantes y subordinados sabían.

Está en un obispo con fama de ortodoxo y conservador, Thomas Tobin, de Providence, diciendo en Twitter que la mayoría de sus colegas son santos e irreprochables (estoy parafraseando) y que este escándalo es algo excepcional. El tuit en cuestión tenía, la última vez que lo vi, un centenar de respuestas, casi todas respetuosas pero, en su abrumadora mayoría, enormemente críticas. No creo que sea coincidencia que Monseñor Tobin haya cerrado su cuenta a continuación.

Está en una Curia dominada, a su vez, por una ‘junta’ informal -el C9- entre cuyos miembros abundan los salpicados por el escándalo, como el Cardenal Maradiaga, o los de ortodoxia más que cuestionable, como el Cardenal Marx.

Está en un pontificado que parece mucho más obsesionado con cuestiones que guardan poca o ninguna relación con su misión -desde el Cambio Climático a las políticas migratorias-, sobre las que se pronuncia con desconcertante seguridad, que con asuntos doctrinales graves puestos en cuestión, que deja en un penoso estado de confusión.

Está en un montón de consignas biensonantes -‘Una Iglesia pobre para los pobres’, ‘Tolerancia cero’- que quedan en nada y que se contradicen constantemente con las decisiones prácticas que se adoptan. Y en una obsesión por la imagen y el gesto vago en detrimento de la claridad.

Está en una división de la Iglesia que se acentúa y se favorece casi de un día para otro, en la marginación de los cristianos ‘conservadores’ que, para enorme desgracia del progresismo dominante, son los que llenan las iglesias y los seminarios.

Que Su Santidad se definiera de izquierdas al inicio de su pontificado ya daba una idea de que la ideología iba a tener un peso determinante en el mismo, algo que ha confirmando combinando una inagotable misericordia hacia un lado con una inexplicable e inexplicada dureza con instituciones tradicionales como la Hermandad de los Apóstoles o los Franciscanos de la Inmaculada, verdaderos viveros vocacionales.


Está en una ambigüedad doctrinal deliberadamente mantenida en torno a verdades esenciales, cuestionadas desde diversas instituciones eclesiales, sobre los sacramentos o la objetividad del bien moral. Su empecinado silencio ante las dudas planteadas por cuatro cardenales acerca de su exhortación Amoris Laetitia, en un pontífice al que no se le puede acusar precisamente de silencioso o titubeante, sigue siendo un doloroso misterio para muchos, como su actitud cambiante sobre la comunión ofrecida a los protestantes cónyuges de fieles católicos.

Está, en fin, en una jerarquía cada vez más disociada de su misión, convertida en un gremio profesional más, interesada, sobre todo, en luchas de poder y ambiciones personales y no en el celo por la Casa del Padre. Uno quizá no deba pretender que cada uno de los obispos del mundo sea exacto émulo de los apóstoles, sus predecesores; pero es que da la sensación de que ni siquiera lo intentan.

Dejo fuera, porque va de suyo, el divorcio de la jerarquía con los fieles, que salen de la Iglesia en riada o permanecen en ella al margen, en todo lo que sea lícito, de sus pastores. Y también, porque merece una columna en profundidad, la evidente infiltración de los homosexuales en todos los niveles de la jerarquía eclesiástica.

Nada de esto puede cambiar, ni va a cambiar, sin un verdadero tsunami dentro de la Iglesia. Quizá tengamos que plantarnos los laicos; quizá una persecución real, de las que ponen en peligro vidas y haciendas, elimine del sacerdocio todo atractivo mundano. Quizá se produzca un desarrollo aún más traumático. No lo sé; lo que sé es que un puñado de reglas burocráticas no va a hacer nada para detener la marea.




por Carlos Esteban.
infovaticana
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Le naufrage

Par Carlos Esteban | 26 juillet 2018
Non praevalebunt. Les forces de l'enfer ne prévaudront pas contre l'Église. C'est la promesse du Christ à laquelle nous, catholiques, pouvons nous accrocher avec confiance. Et il est le meilleur moment de se rappeler et de confiance que, humainement, le gouvernement de l'Eglise semble plus que jamais le bunker de Berlin dans le Downfall du film.

L'image est sombre. Les scandales jumeaux du Chili et les États-Unis ne sont pas seulement terrible pour le nombre d'années que les pasteurs ont été couvrant et pardonnant ainsi l'abus continu et certainement des jeunes gens scandaleux que je -llamarlo « pédophile » est simplement la question se soustraire à - et en révélant que de tels comportements, loin d'être des exceptions inhabituelles, ont été maintenus dans un environnement de «normalité» relative; non, en particulier de mauvais augure pour les catholiques dans le monde d'aujourd'hui est la réaction des évêques « bons », les cardinaux, le pape.

Dans la délicieuse comédie de « 1,2,3 » Billy Wilder, un dirigeant américain, directeur de Coca-Cola à Berlin dans les années soixante, qui assiste à un gars qui talonnage pour dire bonjour et tend la main à la moindre provocation , mais cela prétend ne pas avoir su ce qui s'est passé en Allemagne pendant la guerre parce qu'il travaillait dans le métro. Wilder se moque ici d'un peuple qui œuvraient dissocient collectivement les crimes du nazisme, comme si elles avaient eu lieu dans le secret absolu, absurde. Et maintenant ils veulent nous vendre le même âne aveugle.


Ecoutez, je propose une règle très simple: si avant un scandale massif, impliquant des centaines de victimes sur plusieurs décennies au sein d'une organisation, tous les responsables de la même organisation disent qu'ils ne savaient rien et n'ont rien vu, Cette organisation est pourrie par les racines.

Le mal n'est donc pas dans ces «pommes pourries»; personne n'est libre du péché, ni du pire, et il n'y a pas d'institution sans péché dans ce monde pécheur. Le vrai mal dans ce cas est, si vous comprenez ce que je veux dire, dans la réaction du «bien».

C'est dans les «mesures» proposées par le cardinal O'Malley que nous avons mentionné dans un texte précédent. Le chef de l'instance vaticane fondée justement pour clarifier ces cas parle comme si le problème avait une solution bureaucratique, une question de renforcer certaines règles ici et d'affiner certaines lignes directrices, pour mettre un terme à cette question embarrassante. Éminence, avec tout le respect que je lui dois: les évêques américains, leurs collègues, le savaient; Rome savait; ses aides et subordonnés savaient.

Il est un évêque avec une réputation orthodoxe et conservatrice, Thomas Tobin de Providence, en disant sur Twitter que la plupart de ses collègues sont saints et immaculés (je paraphrase) que ce scandale est exceptionnel. Le tweet en question était la dernière fois que je l'ai vu, une centaine de réponses, plus respectueux, mais une écrasante majorité extrêmement critiques. Je ne pense pas que ce soit une coïncidence que Monsignor Tobin ait fermé son compte.

Il est dominé Curie, à son tour, par un « conseil » occasionnel-le C9- dont les membres abondent rythmé par le scandale, comme le cardinal Maradiaga, ou plus de l'orthodoxie douteuse, comme le cardinal Marx.

Il est dans un pontificat qui semble plus obsédé par des questions qui ont peu ou rien à voir avec sa mission de changement climatique aux politiques migratorias-, qui se prononce avec la sécurité déconcertante que les questions doctrinales graves positions en question, laisse dans un état douloureux de confusion.

Il y a beaucoup de slogans qui sonnent bien - «Une pauvre Église pour les pauvres», «Zéro tolérance» - qui s'effondrent et qui contredisent constamment les décisions pratiques qui sont adoptées. Et dans une obsession de l'image et du geste vague au détriment de la clarté.

Il est dans une division de l'Eglise qui met l'accent et favorise presque du jour au lendemain, la marginalisation des conservateurs de les «chrétiens qui, pour un grand malheur du libéralisme dominant sont ceux qui remplissent les églises et les séminaires.

Sa Sainteté a été défini à gauche au début de son pontificat et a donné une idée que l'idéologie aurait un rôle de premier plan en elle, quelque chose qui a une confirmation combinant inépuisable miséricorde vers un côté avec une dureté inexplicable et inexpliquée avec les institutions traditionnelles comme la Fraternité des Apôtres ou les Franciscains de l'Immaculée, véritables pépinières professionnelles.


Il est dans une ambiguïté doctrinale délibérément maintenu autour des vérités essentielles, de diverses institutions interrogées de l'église, sur les sacrements ou l'objectivité du bien moral. Son silence obstiné avant que les doutes soulevés par quatre cardinaux au sujet de son exhortation Amoris Laetitia, un pontife qu'il ne peut pas être accusé précisément le silence ou avec hésitation, reste un mystère douloureux pour beaucoup, l'attitude changeante de communion offerte à les conjoints protestants de fidèles catholiques.

C'est, en somme, dans une hiérarchie de plus en plus dissociée de sa mission, transformée en une guilde professionnelle plus, intéressée, surtout, aux luttes de pouvoir et aux ambitions personnelles et non pas au zèle de la Maison du Père. Il ne faut peut-être pas s'attendre à ce que chacun des évêques du monde soit une émulation exacte des apôtres, de leurs prédécesseurs; mais il semble qu'ils n'essaient même pas.

J'omets, à cause de cela, le divorce de la hiérarchie avec les fidèles, qui laissent l'Église dans un déluge ou y restent en marge, dans tout ce qui est licite, de leurs pasteurs. Et aussi, parce qu'il mérite une colonne en profondeur, l'infiltration évidente des homosexuels à tous les niveaux de la hiérarchie ecclésiastique.

Rien de tout cela ne peut changer et ne changera pas sans un véritable tsunami dans l'Église. Peut-être que nous devons planter les laïcs; peut-être une véritable persécution, de ceux qui mettent en danger des vies et des haciendas, élimine tout attrait mondain du sacerdoce. Peut-être y a-t-il un développement encore plus traumatisant. Je ne sais pas; Ce que je sais, c'est qu'une poignée de règles bureaucratiques ne fera rien pour arrêter la marée.




par Carlos Esteban.

     

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 La barque fait naufrage par Jean Kinzler  (2018-07-28 18:16:19)
      Voici l'article traduit en français correct par Jean Kinzler  (2018-07-30 16:30:33)
          Merci par Steve  (2018-07-30 16:57:25)
              Euh... par Steve  (2018-07-30 17:10:01)


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